La transición energética en Europa es una realidad ineludible con un propósito claro: alcanzar una economía libre de emisiones y sin dependencia de combustibles fósiles. En este desafío, la electrificación de la demanda energética se convierte en un pilar fundamental. Sin un cambio hacia el uso predominante de electricidad limpia, cumplir con las metas climáticas establecidas será prácticamente imposible. De hecho, 2024 está en camino de marcar un hito crítico, ya que la temperatura global promedio superará por primera vez el umbral de 1,5°C.
Según los últimos datos de la Unión Europea (UE), las energías renovables representan solo el 23,0% del consumo final bruto de energía y el 41,2% en el sector eléctrico. Aunque estos avances son significativos, aún queda mucho por hacer para cumplir con los objetivos de descarbonización y completar la transición energética. Esto requiere una transformación profunda de la matriz energética, con la meta de alcanzar un 70% de electrificación para 2030 y un 100% para 2050.
Para alcanzar este objetivo, es imprescindible impulsar la demanda eléctrica como una prioridad estratégica. La UE debe enfocarse en fomentar un crecimiento significativo del consumo de electricidad para satisfacer las necesidades de sectores en plena transformación, como la movilidad eléctrica, los centros de datos, la producción de hidrógeno verde y los procesos industriales. En este sentido, se prevé que la demanda eléctrica aumente entre un 30 % y un 40 % en la próxima década, un avance esencial no solo para reducir emisiones, sino también para asegurar una infraestructura energética moderna y preparada para los desafíos futuros.
Sectores clave como la movilidad y la industria serán protagonistas de esta transformación gradual pero disruptiva. El auge de los vehículos eléctricos será inevitable cuando sus costes se equiparen a los de los vehículos de combustión, un fenómeno que ya hemos visto en el ámbito de la energía solar. En el sector industrial, la electrificación de los procesos de calor, así como la integración del hidrógeno en los procesos difíciles de electrificar ayudará a incrementar la demanda eléctrica. También destaca el auge de los centros de datos, de vital importancia en el presente y en el futuro de nuestra sociedad, que ya suponen un consumo eléctrico relevante y se prevé que se incremente de forma significativa. En el ámbito doméstico, tecnologías como las bombas de calor desempeñarán un papel esencial al sustituir sistemas de calefacción convencionales, especialmente si cuentan con incentivos gubernamentales que faciliten su adopción. Si estos avances se consolidan, las energías renovables podrían alcanzar al menos el 50% del consumo energético bruto para 2040.
Sin embargo, este camino hacia la electrificación de la demanda no está exento de desafíos. De esta manera, no será un proceso inmediato, sino una transición que abarcará al menos una década. Para gestionar este crecimiento, será imprescindible modernizar las redes de transmisión y distribución existentes, capaces de soportar mayores cargas energéticas. Además, tecnologías avanzadas de almacenamiento, como las baterías BESS, serán clave para equilibrar la oferta y la demanda.
Asimismo, las innovaciones tecnológicas jugarán un rol determinante en el éxito de la electrificación. Las redes inteligentes, o smart grids, permiten gestionar los flujos de electricidad en tiempo real, optimizando la distribución y mejorando la fiabilidad del sistema eléctrico. Además, facilitan una mayor integración de fuentes renovables intermitentes, como la solar y la eólica, y permiten a los usuarios convertirse en prosumidores, es decir, productores y consumidores de energía, generando un sistema más dinámico y descentralizado. Por su parte, la implementación de inteligencia artificial y big data en estas redes permitirá predecir patrones de consumo y generación, reduciendo pérdidas y aumentando la eficiencia operativa del sistema eléctrico.
Para acelerar la electrificación de la demanda, la UE podría inspirarse en modelos asiáticos que lideran la transición energética mediante inversiones masivas en energías renovables, almacenamiento energético e infraestructura avanzada. Es el caso de China, por ejemplo, que está integrando de manera acelerada energías limpias y tecnologías innovadoras para electrificar sectores clave como el transporte. Europa tiene la oportunidad de adaptar estas lecciones a su contexto, eliminando barreras regulatorias y fomentando una colaboración más estrecha entre gobiernos y sector privado.
Con todo, la electrificación de la demanda energética debe ser la piedra angular de la estrategia europea para una transición energética exitosa. Desacoplar la matriz energética de la dependencia de los combustibles fósiles es una necesidad urgente, y solo será posible con un compromiso firme por parte de las administraciones, que deben facilitar la expansión de la capacidad de generación renovable. Esto implica agilizar los procesos administrativos, invertir en infraestructura crítica y ofrecer incentivos que fomenten la electrificación de consumos domésticos e industriales. La aceleración del proceso de electrificación es clave no solo para cumplir con los objetivos de descarbonización, sino para garantizar una economía sostenible, resiliente y libre de emisiones.
Autor: Jordi Francesch, Managing Director de Asset Management en Nuveen Infrastructure y miembro del consejo de administración en Verdian
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