“Si el sol fuera un jornalero no madrugaría tanto”, canturrean los protagonistas de la premiada película ‘Alcarràs’ (2022), dirigida por Carla Simón, que retrata una de las principales encrucijadas en la provincia de Lleida: la integración de las energías renovables en el sector agrario. Sin embargo, aunque el filme ejemplifica el conflicto entre el medio rural y la energía solar, la realidad supera la ficción. Y es que cada vez es más común el equilibrio entre el sector agrario y la generación de energía solar: la agrovoltaica.
España cuenta con unas 2.500 horas de sol anuales aproximadamente, por lo que la energía solar se posiciona como la fuente renovable clave para alcanzar los objetivos de la Unión Europea. Sin embargo, Cataluña acumula un retraso en el despliegue de las energías renovables: en 2022, estas sólo representaron el 15,6% de la producción bruta de energía eléctrica. A pesar de que se espera aprovechar el potencial fotovoltaico en tejados y cubiertas, principalmente asociadas a sistemas de autoconsumo y generación distribuida, esto no es suficiente para avanzar en la transición energética. Por ello, se hace evidente la necesidad de desarrollar fuentes de energía renovables a gran escala, apostando por parques solares y eólicos.
Ante este escenario, emerge la agrovoltaica como la clave para demostrar que buscar la máxima sinergia entre la energía fotovoltaica y el sector agrario, mediante la instalación de paneles solares en terrenos agrarios, es posible. Esta alternativa se posiciona como una de las soluciones para avanzar en la lucha contra el cambio climático, a la vez que ofrece la posibilidad de lograr usos y rentabilidades adicionales a las tierras donde se ubican los proyectos fotovoltaicos.
En este sentido, la agrovoltaica también genera beneficios como la preservación de la biodiversidad, la convivencia de las actividades agrícolas y ganaderas, y la mejora de la productividad. Asimismo, la elevación de placas solares por encima de los campos de cultivo permite mejorar la eficiencia de las explotaciones agrícolas al proporcionar sombra, reduciendo las temperaturas y evitando la evaporación del agua, así como a proteger el cultivo del granizo y de las lluvias fuertes.
Por ello, es imperativo disipar el mito de que las empresas de energías renovables son enemigas del sector agrario y convertirlas en grandes aliadas para el sector. En lugar de ver la expansión de las energías renovables como una amenaza para la agricultura, debemos entender que ambas pueden coexistir en un mismo suelo, beneficiándose mutuamente.
En Lleida, donde el sistema agrario es clave para la economía y la generación de empleo, la abundancia de suelo agrario presenta una oportunidad única para esta alternativa, contribuyendo así a la transición energética. De hecho, ya empiezan a surgir los primeros proyectos, como el de Vilagrassa (Urgell), impulsado por KM0, donde se combinará la producción de energía fotovoltaica con el cultivo de manzanos, e instalará paneles solares en altura, por encima de la copa de los árboles.
De lo que no cabe duda es que el sol seguirá madrugando. Por ello, la agrovoltaica se erige como una solución para caminar hacia un modelo energético limpio y reforzar la senda hacia la soberanía energética. Sin duda, la disponibilidad de suelo agrario en Lleida supone una alternativa para potenciar la producción agrícola y ganadera, al mismo tiempo que contribuye a la generación de energía sostenible, consiguiendo el equilibrio clave.
Jordi Lopez Francesch, miembro de la Junta Directiva de Verdian